El saneamiento de las cuentas de la Comarca
Había caído la noche cuando, rendidos de cansancio, los viajeros llegaron por fin al puente del Brandivino. Lo encontraron cerrado ya que una gran multitud de hobbits pretendía salir de Hobbiton en plena noche. Los guardias se negaban y tenían bloqueada la puerta.
– ¡Abrid las puertas! Queremos entrar – alzó la voz Merry.
– Eso, abrid las puertas, queremos salir – dijo alguien desde el otro lado de la puerta.
– Las puertas están cerradas y no se nos permite abrirlas – vociferó uno de los guardias.
Sin embargo Pippin, que conocía perfectamente el mecanismo de atranque de aquellas puertas, metió la espada envainada entre puerta y puerta, levantó la barra metálica que atrancaba las puertas por dentro, sacándola y arrojándola al suelo. Se retiró inmediatamente cuando las puertas se abrieron súbitamente y una avalancha de hobbits comenzó a salir. Estaban mal vestidos y extremadamente delgados, nada de las formas redondeadas comunes a los medianos, quedaba en ellos.
La muchedumbre se detuvo enseguida al observar a los cuatro viajeros armados y vestidos con cota de malla sobre sus ponis rechonchos, sanos y fuertes.
-Esperad un momento, habitantes de hobbiton – alzó la voz Frodo. – ¿Se puede saber porqué abandonáis vuestra tierra y en este estado?
Entonces un Sacovilla-Bolsón lo reconoció.
– ¡Mira madre! Es el primo Frodo, el sobrino de Bilbo. No está muerto.
– Somos Meriadoc Brandigamo, Peregrin Tuk, Sam Gamyi y yo, Frodo Bolsón. No hemos muerto, estuvimos… viajando. Y ahora, ¿se puede saber qué ha pasado?
– No hay, en toda la Comarca, nada que echarse a la boca – dijo uno de ellos.
– ¿Cómo es eso? – preguntó Sam atemorizado. – ¿Ha sido un mal verano?
– Ha sido un verano espléndido – afirmó el primo lejano de Frodo.
– ¿Entonces…? – quiso saber Sam.
– Vino un anciano desde el sur, le llaman el Viejo, y comenzó a comprar todas las cosechas, decía que quería paliar el hambre de una guerra en el lejano sur. Como compraba las cosechas enteras conseguía muy bajos precios.
– Entonces hay dinero podemos comprar más alimentos – intentó tranquilizarlos Sam.
– No es así. El viejo hizo mucho dinero vendiendo los alimentos al Sur y ahora no queda nada. Además le vendimos el trigo barato y pronto nos vendía el pan a precio de carne – decía Antonella Sacovilla-Bolsón, la madre del pariente de Frodo. – Después comenzó a hacer préstamos para que pudiésemos pagar y como no podíamos nos echó de nuestros agujeros y se quedó con nuestras tierras. Ya no tenemos nada que hacer aquí, nos vamos a empezar de cero en otro lugar.
– ¿Vais a dejar nuestra tierra para mendigar en otro sitio? – Se atrevió a preguntar Pippin. – Es evidente que sois víctimas de un engaño.
– No hay nada que hacer aquí – dijo Antonella. – El dinero es libre y ha elegido estar con el Viejo.
– ¡Maldita sea, no lo permitiremos! – se enfureció Merry.
– ¿Y qué otra cosa podemos hacer? – quiso saber un muchacho joven. – ¿Cuál es vuestro plan?
Merry se paró un poco a pensar y luego contestó.
– Encontraremos al Viejo, quemaremos su libro de cuentas y lo echaremos a patadas de aquí.
– Pero la ley está de su parte – dijo Antonella, la tía política de Frodo.
– Las leyes van a cambiar, si estamos dispuestos a ello. Nos vamos a enfrentar a ese viejo, quien quiera puede seguirnos – zanjó Frodo.
Y los cuatro comenzaron a marchar entre la gente que les abría paso y poco a poco comenzó a seguirlos. Aquella noche la muchedumbre durmió a los lados del camino y de cenar solo tuvieron esperanza, que no es poco.
A la mañana siguiente a un lado del camino vieron una empalizada que rodeaba un huerto y un letrero que decía:;Queremos comer, no admitimos oro prestado;. En seguida Sam se acercó a Frodo para que detuviera la marcha.
– Es la finca de Coto, el granjero, es amigo. Espera que lo salude, a él y a su hija, y se unirá a nosotros.
Frodo asintió con la cabeza y detuvo la marcha.
– ¿Quién se atreve a pisar mis tierras? ¡Fuera, ladrones! – le recibió el granjero en cuanto Sam abrió la puerta de la cerca.
– Tranquilo, soy Sam Gamyi, he vuelto.
– ¡Maldita sea, Sam! Te creíamos muerto. Me alegro de verte.
– ¿Tenéis algo de comer? Tengo a un montón de gente hambrienta ahí fuera.
– Somos la única hacienda que no ha vendido sus alimentos, por eso pusimos la empalizada. Pero no podremos alimentar a todo Hobbiton por mucho tiempo.
– No te preocupes, vamos a echar al Viejo hoy o mañana. Pero necesitamos coger fuerzas y reunir a todos los hobbits que podamos.
– En ese caso comeréis hoy pero es preciso moverse rápido.
– ¿Sabes dónde se refugia el Viejo?
– En el mejor agujero de la Comarca, compró Bolsón Cerrado con lo que ganó vendiendo nuestros alimentos.
– Esta tarde enviaremos mensajeros a todas las aldeas y convocaremos a todos los hobbits que estén dispuestos a luchar, varones, damas, viejos y jóvenes, nos atañe a todos.
Por la tarde salieron los mensajeros con el estómago lleno, en todas direcciones y en grupos de cinco para no levantar sospechas de manera que la muchedumbre se fue disgregando para multiplicarse al día siguiente. El mensaje que llevaban era claro: si querían recuperar el control sobre sus tierras, sus alimentos y su oro, que en estos momentos se hallaba concentrado en el Viejo, debían reunirse en Bolsón Cerrado con las armas de que dispusieran al día siguiente.
Los primeros en llegar a Bolsón Cerrado fueron los Tuk, una treintena de hobbits bien armados que se enfrentaron a los guardias del Viejo nada más llegar. Se alejaron un poco y comenzaron a disparar flechas, los guardias solo tenían garrotes por lo que cuando llegaron el resto de los hobbits, varios miles de ellos, ya no había guardias. Vinieron unos cuantos cuando el Viejo hizo sonar el cuerno, pero huyeron en seguida al ver la cantidad de hobbits armados que había alrededor de Bolsón Cerrado. Cuando calcularon que ya no vendrían más, los hobbits se dispusieron a asaltar el agujero. Con una palanca arrancaron la puerta y en seguida salió el Viejo, un hombre alto, barbudo y orgulloso.
– Estáis asaltando una propiedad privada, el peso de la ley caerá sobre vosotros. Dispersáos y volved a vuestros agujeros.
– ¡Nos has robado la mitad de nuestras viviendas! ¿De qué estás hablando?
– ¡Es Saruman! – exclamó Merry.
– Soy Saruman, el Multicolor. Y voy a dar cuenta a las autoridades de este ultraje. No toquéis nada de lo que hay en mi vivienda o me las pagaréis.
Y dicho esto intentó zafarse con un libro viejo, pero los hobbits no le abrían paso y no podía tomar ninguna dirección.
– Tú, tú y tú me debéis mucho dinero, dejadme pasar u os arrepentiréis.
– Te vamos a pagar pero con hierro – dijo uno de ellos.
– El hierro se vende bien pero vale tres veces menos que el oro…
– Quiero decir a machetazos – le aclaró.
– Responderéis de vuestras ilegalidades – dijo asustado el Viejo.
– Basta de estupideces, brujo – zanjó Merry. – Danos tu libro de cuentas para que lo quememos y podrás ir en paz con la ropa que llevas puesta y nada más. Has arruinado la comarca y debes pagar por ello.
– Yo no he arruinado nada. Vine aquí a hacer negocios porque esta es una tierra próspera. Si sus habitantes no saben gestionar su riqueza no es mi problema.
Entonces Sam, que callaba pero estaba harto de palabrería, dio un manotazo al libro que cayó al suelo y, cuando Saruman se dispuso a recogerlo le dio un empujón que lo sentó en el suelo y recogió él mismo el libro.
– Quemad el libro y no se hable más – dijo. Y acto seguido lo pusieron sobre una antorcha.
– ¡No! ¡Mi libro de cuentas, rufianes, ladrones, canallas!
– Es suficiente – dijo Frodo. – Sal de estas tierras y no vuelvas nunca. Vivirás como un mendigo y así aprenderás a qué estabas condenando a la gente de la Comarca. Abridle paso.
Cuando empezaba a marcharse salió por la puerta Lengua de Serpiente, que había permanecido escondido todo ese tiempo, con un poco de pan y un plato lleno de embutido.
– Hola, he estado preparando un pequeño aperitivo para uste…
– Sal de aquí con tu amo antes de que te ensarte en mi espada – le amenazó Frodo.
– Sí, claro, aquí les dejo el pan y el embutido.
Y dejando el plato en el suelo se marchó con su amo y a lo lejos comenzaron a discutir, dándose gritos mutuamente y acusándose el uno al otro.
Cuando los hobbits entraron en Bolsón Cerrado y descubrieron lo que allí había quedaron descolocados. Saruman había convertido el agujero en un almacén de alimentos en conserva, además de haber montones de cofres con oro por todas partes. Si lo gestionaban bien los hobbits podían comprar los alimentos que necesitaran para pasar el invierno, recuperar sus tierras y volver a empezar. La Comarca volvería a ser lo que fue.
Autor: Víctor Guillamón